1.2 Ética y tecnología

--Te he llamado hasta quedarme ronca, Gloria -dijo severamente-. ¿Dónde
estabas? --Estaba con Robbie -balbució Gloria-. Le estaba contando la Cenicienta y
he olvidado que era hora de comer.
--Pues es una lastima que Robbie lo haya olvidado también. -Y como si de repente
recordase la presencia del robot, se volvió rápidamente hacia él-. Puedes marcharte,
Robbie. No te necesita ya. Y no vuelvas hasta que te llame -añadió secamente.
Robbie dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo al oír a Gloria salir en su
defensa.
--¡Espera, mamá! Tienes que dejar que se quede: No he acabado de contarle la
Cenicienta. Le he prometido contarle la Cenicienta y no he terminado.
--¡Gloria!
--De verdad, mamá. Se estará tan quieto que no te darás siquiera cuenta de que
está aquí. Puede sentarse en la silla del rincón, y no dirá ni una palabra...; bueno, no
hará nada, quiero decir. ¿Verdad, Robbie? Robbie, así interpelado, movió de arriba
abajo su pesada cabeza.
--Gloria, si no dejas esto inmediatamente, no ver s a Robbie en una semana.
La chiquilla bajó los ojos.
--Bueno..., pero la Cenicienta es su cuento favorito y no lo había terminado... ¡Y le
gusta tanto!
El robot salió de la habitación con paso vacilante y Gloria ahogó un sollozo.
George Weston se encontraba a gusto... Tenía la inveterada costumbre de pasar
las tardes de los domingos a gusto. Una buena digestión de la sabrosa comida; una
vieja y muelle "chaise longue" para tumbarse; un número del "Times"; las zapatillas
en los pies, el torso sin camisa...
¿Cómo podía uno no encontrarse a gusto? No experimentó ningún placer, por lo
tanto, cuando vio entrar a su esposa. Después de diez años de matrimonio era
todavía lo suficientemente estúpido para seguir enamorado de ella, y tenía siempre
mucho gusto en verla; pero las tardes de los domingos eran sagradas y su concepto
de la verdadera comodidad era poder pasar tres o cuatro horas solo. Por
consiguiente, concentró su atención en las últimas noticias de la expedición
Lefebre-Yoshida a Marte (tenía que salir de la Base Luna y podía incluso tener
éxito) y fingió no verla.
Mrs. Weston esperó pacientemente dos minutos, después, impaciente, dos más, y
finalmente rompió el silencio.
--George...
--¿Ejem? --¡He dicho George! ¿Quieres dejar este periódico y mirarme? El
periódico cayó al suelo, crujiendo, y George volvió el rostro contrariado hacia su
mujer.
--¿Qué ocurre, querida? --Ya sabes lo que ocurre. Es Gloria y esta terrible
máquina.
--¿Qué terrible máquina? --No finjas no saber de lo que hablo. El robot, al cual
Gloria llama Robbie. No se aparta de ella ni un instante.
--¿Y por qué quieres que se aparte?
Es su deber... Y en todo caso, no es ninguna terrible máquina. Es el mejor robot que
se puede comprar con dinero y estoy seguro de que me hace economizar medio
año de renta. Es más inteligente que muchos de mis empleados.
Hizo ademán de volver a tomar el periódico, pero su mujer fue más rápida que él y
se lo arrebató.
--Vas a escucharme, George. No quiero ver a mi hija confiada a una máquina, por
inteligente que sea. No tiene alma y nadie sabe lo que es capaz de pensar. Una
chiquilla no está hecha para ser guardada por una "cosa" de metal.
--¿Y cuándo has tomado esta decisión? -preguntó Mr. Weston frunciendo el ceño-.
Ya lleva con Gloria dos años y no he visto que te preocupases hasta ahora.
--Al principio era diferente. Era una novedad, me quitó un peso de encima y era
una cosa elegante. Pero ahora, no sé... los vecinos...
--¿Y qué tienen que ver los vecinos con esto? Mira, un robot es muchísimo más
digno de confianza que una nodriza humana. Robbie fue construido en realidad con
un solo propósito: ser el compañero de un chiquillo. Su "mentalidad" entera ha sido
creada con este propósito. Tiene forzosamente que querer y ser fiel a esta criatura.
Es una máquina, "hecha así". Es más de lo que puede decirse de los humanos.
--Pero puede ocurrir algo.
Puede... puede -Mrs. Weston tenía unas ideas muy vagas del contenido interior de
un robot-, no sé, si algo de dentro se estropease y...
No podía decidirse a completar su claro y espantoso pensamiento.
--Tonterías... -negó Weston con un involuntario estremecimiento nervioso-. Es
completamente ridículo.
Cuando compré a Robbie tuvimos una larga discusión acerca de la Primera Regla
Robótica. Ya sabes que un robot no puede dañar a un ser humano; que mucho
antes de que algo pudiese alterar esta Primera Regla, el robot quedaría
completamente inutilizado.
Es una imposibilidad matemática.
Además, dos veces al año viene un ingeniero de la U.S. Robots a hacer una revisión
completa del mecanismo.
Hay menos probabilidades de que se estropee algo en Robbie, de que uno de
nosotros se vuelva repentinamente loco; considerablemente menos. Además,
¿cómo se lo vas a quitar a Gloria? Hizo una nueva e infructuosa tentativa de tomar
el periódico y su mujer lo arrojó con rabia a la habitación contigua.
--Ahí está la cosa, George. No quiere jugar con nadie más. Hay por aquí docenas
de niños y niñas con quienes podría trabar amistad, pero no quiere. No quiere ni
acercarse a ellos, a menos que yo la obligue. Es imposible que se críe así. Querr s
que sea una niña normal, ¿verdad? Querr s que sea capaz de ocupar su sitio en la
sociedad... supongo.


Este es un fragmento de la novela de Isaac Assimov, Yo Robot. Luego de leerlo comenta que te pareció esta parte de la historia, ¿Crees que algún día los robots lleguen a ocupar el lugar de los humanos? ¿Por qué consideras que crearon esa primera regla robótica?

Posteriormente escribe en tu cuaderno un final para esta historia, que hasta aquí aparece inconclusa, presentalo en clase y recibe puntos extra en tu evaluación. 

6 comentarios: